martes, 4 de agosto de 2009

Afilando la nostalgia


Un vendedor ambulante ingresó al lugar llevando un exhibidor portátil con todo lo que ofrecía a la vista: encendedores, triples, calculadoras y tijeras; al rato escuché de fondo un sonido que me retrotrajo de inmediato a la infancia: el pianillo (flauta de pan) del afilador de tijeras y cuchillos, lo escuché pero no pude verlo: ¿acaso se trataba de un fantasma auditivo de las épocas en que en lugar de vendedores ofreciendo el recambio de lo viejo por lo nuevo, reciclaban hasta el filo de los objetos usados?. Antes se escuchaba esa música precedida de los ladridos de los perros que hacían coro con el paso del afilador en su bici, ahora sólo escuchaba de fondo el ruido del tráfico, y el sonido se iba desvaneciendo en el caos de la concurrida calle, como si fuese diluyéndose en el túnel del tiempo del que parecía haber salido. Este recuerdo sonoro me trajo nostalgias de viejos oficios que van quedando sólo en los pasajes de la memoria, como el del lustrador de zapatos en las veredas, cada vez una imagen más difícil de encontrar y por eso mismo ya resulta una pintoresca postal urbana en peligro de extinción. Otros de los de oficios que cada vez suenan más extraños para las nuevas generaciones son los de modista, zapatero, hielero, sodero, organillero, barriletero y orfebre. Entonces, cómo no emocionarse con el sonido del silbato tipo armónica del afilador, cuando lo escuché fue como descubrir un hallazgo arqueológico importante. Creo que junto al grito de “palito-bombón helado” del otro trabajador del pedal, escuchar la escala musical (de grave a agudo y viceversa) de su flautín -ese como los que solían regalar en las bolsitas de sorpresas de los cumpleaños infantiles- es una manera de afilar la nostalgia con una amoladora color sepia y de querer recortar con las tijeras afiladas un pedacito de historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario