domingo, 14 de febrero de 2010

Crónica de una desgracia con suerte



Ayer sábado salí al patio de la casa de mi abuela pero sólo para observar el cielo que venia oscureciéndose a lo lejos, como si las oscuras nubes fuesen de humo, lo cual anunciaba lluvia inminente; pero lamentablemente no miré hacia el fondo de su patio, tal vez si lo hubiera hecho sabríamos si el incendio se originó por el terrible sol que quemaba durante esa sofocante siesta, o si un rayo/centella -producto de la tormenta eléctrica- lo inició todo.

Lo cierto es que ya en mi casa, ubicada a media cuadra de la de ella, el sonido de la alarma del coche bomba de los bomberos (que siempre eriza la piel de mi abuela, inexplicablemente) no nos alertó porque ante el fuerte viento y la siguiente lluvia pensábamos en un desastre menor, relacionado con una inundación antes que con el elemento fuego.

Luego siguió la corrida de los vecinos gritando “se está quemando una casa” ... hasta que supimos que la noticia nos quemaba muy de cerca. Corrí como nunca pensé que lo haría, y no se qué me dijo un bombero que no me dejaba entrar a la humeante casa, solo sé que algo balbuceé y mi rostro desencajado de pánico fue suficiente para que lo primero que me dijeran fue “su abuela esta fuera de peligro”.

Resulta ser que ante la terrible ola de inseguridad, mi abuela Rosa no quería dejar ingresar a los policías que le avisaban que su casa ardía, ya que ella aun no se había percatado del humo, solo atino a hacerlos esperar (por si eran ladrones “uniformados”) y chequear la información.

Cuando llegó a la puerta del patio, el humo y el calor de las métricas llamas casi la congelaron del pánico. Aunque seguramente otra hubiera sido la historia si ella llegaba a recostarse a dormir la siesta antes de terminar de hacer todos los quehaceres domésticos que la demoraron un poco.

Todo lo demás pasó sin explicación lógica: el incendio de un viejo y oxidado galpón (sin conexión de gas ni luz, sin velas ni fuego cercano), sólo se podía atribuir a algún rayo. Todo un cúmulo de recuerdos almacenados convertidos en cenizas. No había nada más de valor que bolsas de ropa preparadas para ser donadas.

Lo bomberos se fueron amigablemente, llevándose de regalo unas ramas de la planta de burro de la cosecha casera de mi abuela. El vecindario vio que salían llevándose eso y corrió la voz …

Por lo que la curiosidad mayor era saber qué era eso que se llevaban y por qué. ¿Habrán conjeturado que se trataba de una fábrica de elaboración de marihuana la que se incendiaba y las ramas se las llevaban como evidencia?.

No es que este barrio Marechal delire, esté fumado o tenga mucha imaginación, pero sí es prolífero en crónicas policiales de armas blanca y otras sustancias del mismo color … por eso entendí que luego del preocupado “¿Cómo esta doña Rosa?” también quisieran una explicación a ese intrigante detalle del final.

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