martes, 29 de diciembre de 2009

10 deseos para el 2010


1) Que mi abuelita Rosa siga ganándole a los achaques de la edad y al cuerpo, que se le encorva y arruga cada vez más con los años.
2) Que mis amigos no se olviden de recordarme.
3) Que mis ilusiones, esperanzas e inocencias no se vean defraudadas.
4) Que el trabajo siempre conlleve crecimiento, gratas sorpresas y sano compañerismo.
5) Que mis viejos estén a mi lado, a ver si así maduran de una vez ;)
6) Que siempre tenga alguien a quien escribir y que me escriba.
7) Que siempre tenga algo que leer que me llegue al alma.
8) Que siempre tenga una peli o un tema musical que me haga suspirar y sentir encantada.
9) Que siempre haya algo nuevo para aprender y a alguien nuevo e interesante por conocer.
10) Que me sienta plenamente realizada y feliz por quien soy, lo que hice y lo que hago.

viernes, 25 de diciembre de 2009

lunes, 21 de diciembre de 2009

El coleccionista de casualidades

¿Quién no ha coleccionado en algún momento de su vida variedad de objetos (monedas, billetes, boletos, tarjetas telefónicas, figuritas, cartas y sobres con motivos varios, piedras, etc)?.

También hay quienes tienen como colecciones historias o anécdotas curiosas o misteriosas, que las comentamos en el momento que las pasamos y luego las perdemos en la caja del olvido.

Aquí va un cuento del blog de Don Boyero para que vean que detrás de las casualidades se esconden, como en el Teatro Negro de Praga, las causalidades:

"Esta semana he discutido mucho con mis amigos acerca de las casualidades. Para un grupo, son sólo eso, meras coincidencias. Para otros, entre los que me incluyo, existen casualidades que son inexplicables con los elementos de razonamiento disponibles al momento. Este segundo grupo espera que la ciencia logre algún día descifrar los mecanismos por los que se producen esos asombrosos encuentros fortuitos.

La discusión me hizo recordar uno de los mejores cuentos del genial escritor brasileño Julio César de Mello y Souza (Malba Tahan), titulado El coleccionista de casualidades. En Cruz del Eje, “casualmente”, había un ferroviario, don Aldo, que coleccionaba justo eso.

¿Es raro que alguien coleccione casualidades? Para nada. Hay muchos coleccionistas de cosas raras, mis amigos Adrián Simioni y Alejandro Rollán, por ejemplo, coleccionan datos de personas cuyos oficios u ocupaciones tienen todo que ver con sus apellidos, como mi otro amigo el periodista Juan Carlos Vaca, que se dedica a noticias agropecuarias.

Entre las mejores “figuritas” de la colección de Simioni figuran José Foco, electricista de autos; Daniel Cash, gerente del Banco Nación asesinado por la violencia política en los ’70, y un albañil de Río Primero que se llama Armando Paredes y trabajó en la casa de Lisandro Guzmán.

Miguel De Lorenzi, mi dibujante, en su colección de hallazgos urbanos, descubrió en Córdoba a un zapatero de apellido Zapatero y que, además, dice ser pariente del presidente español Rodríguez Zapatero. Y como si eso fuera poco, se le parece.
Mariano Cognigni, otro amigo, colecciona todo tipo de alimañas, como culebras, serpientes, arañas, alacranes, etcétera. Visitarlo en su casa no es para impresionables.
Mi amigo Elio Rossi, por su parte, de joven coleccionaba novias, una por día. No eran simples conquistas, a todas les juraba amor eterno. A juzgar por lo que le duraba ese sentimiento, para él la eternidad no superaba las 24 horas.

Pero volvamos a nuestro coleccionista de casualidades, que de eso hablamos. Cuando lo visité en Cruz del Eje para pedirle detalles de su singular colección, don Aldo me mostró una cajita de metal, similar a la que utilizaban las enfermeras para llevar jeringas, de la que extrajo cuatro boletos de tren. “Todos son del tramo Cruz del Eje y Capilla del Monte –dijo con entusiasmo–, y todos terminan en 126, pero esa no es la casualidad, ya que hay miles con esos números finales. Resulta que todos le tocaron a Silvio Sosa en cuatro visitas a su madre, justo el Día de la Madre, en cuatro años consecutivos”.

Tras demostrarle mi sorpresa, me dijo tener otra anotada en su cuaderno de tapas verdes, donde escribía los datos de aquellas coincidencias que venían sin pruebas materiales como esos boletos.

“Acá, al frente de la estación –me contó–, el 21 de marzo pasado, una moto Puma atropelló a un jubilado que cruzaba apurado y, tanto el motociclista como el peatón cumplían años el 21 de setiembre, exactamente seis meses después. Pero allí no termina la cosa, porque el agente de Policía que intervino también cumplía años el 21 de setiembre, mientras que el conductor de la ambulancia que se llevó al atropellado cumplía años el día del accidente, el 21 de marzo”.

Cuando le dije que me gustaban más las casualidades con pruebas, sacó de un cajón de su escritorio una caja de zapatos y me mostró tres añejos billetes de un peso de esos anaranjados que lo tenían a Belgrano en su frente y al Monumento a la Bandera en el dorso.

“¿No encuentra nada raro?”, me preguntó don Aldo.

Con el recuerdo fresco del número de los boletos, descubrí enseguida que los tres billetes terminaban en 611.

“Pero esa no es la casualidad –me detuvo don Aldo–, a estos tres billetes los conseguí un día que el boletero me llamó a los gritos para que viera con qué le estaba pagando un pasajero. No sólo estaban los tres billetes con la misma terminación, sino que esa era la terminación del número de documento del tipo y, lo mejor, era un 6 de noviembre.

Años más tarde, no sin tristeza, me enteré de la última casualidad que coleccionó don Aldo: su propia muerte. Lo atropelló una ambulancia frente a la estación. Ni el chofer de la ambulancia ni el agente de Policía ni el chofer de la empresa funeraria que se llevó su cuerpo cumplían años el mismo día que él, pero los tres se llamaban Aldo".

jueves, 17 de diciembre de 2009

¡Se los juro por Dios!



¡Se los juro por Dios! ¡Les juro que anoche había una pulpería en el aula magna de la facultad de Ciencias Exactas!. Así es, en un lugar tan solemne y facultativo se montó un teatro minúsculo ambientado como una cantina rural, acorde para la presentación del libro titulado “¡Se los juro por Dios! Historias de Don Boyero”.

Entre medio de fardos de alfalfa, rueda de carreta, sifones antiguos, barril y farol, los personajes empezaron a hacer su aporte creativo. El presentador y entrevistador, Rony Vargas, leía en voz en off uno de los cuentos mientras su autor (Jorge “Archi” Londero) actuaba estar escribiéndolo en una máquina antigua y su ilustrador (Miguel “Cachoito” De Lorenzi) iba realizando en vivo las ilustraciones que están en el libro, todo filmado desde cerca y proyectado en una pantalla gigante.

Luego llegarían Doña Jovita y su músico (con el acordeón) Domingo Salomone: “Viste, te dije que algún día íbamos a llegar a la universidad”, bromeaba la abuela ante el auditorio.

También se sumaria el Dr. Carlos Presman (autor de “Letra de Médico”) quien jura haberse encontrado con Don Boyero en un pueblo, el cual le confesaría que él era real y que los personajes ficticios del libro eran sus autores "Archi" y "Cachoito".

En medio de toda esta escena, iluminada cual postal sepia, se iba intercalando música, relato, entrevista y humor. Un contexto ideal para un libro que refleja en detalle las humildes historias pueblerinas así como la cotidianeidad de las anécdotas que a veces nacen y mueren en el mismo lugar donde se relatan: el bar, la cantina o la pulpería.

En hojas ilustración se registra lo rústico de las costumbres, las historias y los lugares de nuestro interior provincial, embellecido con palabras y dibujos, donde aparecen relatos que de tan inverosímiles que parecen, lo llevan al autor a exclamar ¡Se lo juro por Dios!.

Una de las tantas anécdotas es la del árbitro que cobró “medio gol” porque la pelota se desarmó en el aire y el cuero ingresó al arco mientras que la cámara salió despedida para el otro lado.

Hay muchas otras “verdades andantes” interesantes que se pueden ir disfrutando de manera pintoresca, humorística y entretenida a lo largo del libro…
¡Se los juro por Dios!

miércoles, 16 de diciembre de 2009

"Che, Camilo"



“Che, Camilo” es un bar latinoamericano que está vigente desde el 14 de febrero del 2009. Ubicado en San Luis 278 (casi esquina Belgrano); el bar debe su nombre a dos revolucionarios: un argentino (el “Che” Guevara) y a un cubano (Camilo Cienfuegos), quienes lucharon por la liberación de los pueblos de Latinoamérica.

Lo más original del lugar es que brinda la posibilidad de compartir un buen momento con un grupo de amigos, quienes pueden ocupar todo un cuarto en donde desparramar la diversión entre cómodos pufs y una ambientación especial, cuyas paredes reproducen coloridos dibujos de distintos grupos latinoamericanos bailando.

Tanto la planta baja, el primer piso y la hermosa terraza se pueden recorrer atravesando angostos pasillos, habitaciones sin puertas (abiertas a los ojos de los curiosos que quieran buscar el lugar más acorde a su gusto), escaleras laberínticas y música anidando en cada uno de los rincones.

Una buena recomendación para quienes buscan ir más allá del convencional cuadrilátero de mesas y sillas, para relajarse y brindar, con piernas cruzadas, por la "revolución" de lo distendidamente original.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Post-data: Te extraño.



Este título no es la segunda parte de la película “Post data: Te amo” sino una mínima reflexión sobre viejas costumbres epistolares que se van perdiendo en el buzón del tiempo.

Mientras veía a alguien escribir un mail, me llamó la atención que al final del texto escribiera PD (Post data, es decir: después de lo dicho) para aclarar algo mencionado previamente.

Le comenté que esa era una vieja costumbre usada para las cartas no escritas por mail, cuando ya no se podía volver a los renglones marcados a puño, letra y tinta en el papel; la cual evitaba tener que tachar, borrar o sacar flechas explicativas. En el mundo virtual del e-mail solo hay que subir el cursor hasta donde tiene que ir el texto agregado.

Entonces recordé las veces que escribía debajo de los saludos, de las expresiones de afecto y de la firma: los post-data (que a veces hasta enumeraba) para capturar esas ideas sueltas que llegaban con inspiraciones y memorias tardías.

Tiempo atrás, en una librería donde tienen correo, una adolescente exclamó admirada “todavía se envían cartas?!” parece que el correo electrónico, el msn y los sms han dejado en color sepia los envíos postales, como si lo único que se pudiera enviar en sobre solo fuesen impuestos, facturas de servicios o trámites legales.


PD1: Siento que el mail no produce el mismo hormigueo de emoción que ver en nuestro domicilio un sobre dirigido solo a nosotros ( y sin CCO –Con Copia Oculta-), estampillado, sellado y con la caligrafía de una mano entrañablemente lejana.

PD2: Este es un homenaje al Post-data que psicológicamente representa el deseo de no cortar con el lazo afectivo generado con cadenas de palabras, como si en esas dos simples iniciales se quisiera dilatar el difícil momento de dar por terminada la carta y por ende de llegar a la palabra final, la de la despedida, la que abre la brecha hasta el próximo contacto.