sábado, 29 de agosto de 2009

Extranjeros en su propia tierra

Dedicado a mi primo DO (que desde ayer volvió a Punta Cana donde estuvo viviendo por casi 9 años) y a mi viejo Raúl (que hace un mes volvió a Brasil donde vive desde hace 21 años)

¿No sería una contradicción hablar de "extranjeros nativos", cómo se puede ser extranjero en la propia tierra? La idea no parece imposible de imaginar si se tiene en cuenta que podemos sentirnos extraños en nuestra propia familia, dentro de la misma sociedad donde nacimos o crecimos o por lenguajes o modas que nos resultan ajenas. Por ejemplo, cuando las nuevas generaciones se sienten “nativas” porque no tuvieron que vivir el paso del lenguaje de “la ciudad letrada al mundo de las pantallas”, mientras que las generaciones anteriores se sienten “extranjeros digitales” porque tienen que aprender un “idioma” nuevo que no se llegará a hablar bien, puesto que son códigos aprehendidos en un contexto diferente.
El antropólogo Néstor Canclini escribió sobre “extranjerías metafóricas”, desde su propia experiencia, ya que su vida se repartió entre México y Argentina, lo que le permitió comprender que los desgarramientos muchas veces se viven cuando una persona trata de reinsertarse en su país natal, tras muchos años de vivir afuera, y comprende que ya no se siente parte de la nacionalidad o la idiosincrasia de la cultura que tanto extrañó desde el desarraigo. Por lo tanto las personas también se convierten en extranjeros al sentirse como extraños ante lo conocido o en otras situaciones muy bien detalladas en su libro “extranjeros en la tecnología y en la cultura”, como por ejemplo: “con la necesidad o el proyecto de vivir en otros países, o con el regreso al propio y descubrir cómo han cambiado las cosas, así como con la distancia entre el país soñado y el real, con la segregación y la violencia que excluyen y hacen sentir extraño en el lugar natal, o con cierta disconformidad ante las variaciones de un entorno conocido”. Así, una persona que se cruza con un grupo de tribus urbanas notará que mutuamente se observan y se alejan como sintiendo la mutua exclusión social de lo “raro” que es visto como foráneo: “estas formas de sentirse o de hacer sentir extranjeros a algunos en la propia ciudad es porque no se eliminan las fronteras, sino que se multiplican, son móviles y permeables pero a veces también más agresivas. Entonces, tenemos que volver a preguntarnos qué significa ser extranjero. Es preciso analizar cómo funcionan las extranjerías situacionales, que a veces tienen que ver no sólo con aquel que está lejos o del otro lado de la frontera, sino también con aquel que está cerca, que es "otro" porque desafía nuestros modos de percepción y significación”.
Yendo más allá de lo teórico, desde mi propia experiencia tuve la oportunidad de recibir a dos familiares muy cercanos que viven en el exterior y luego de una breve estadía aquí, retornaron a su nueva patria. En ese tiempo, uno se convierte en guía de turismo político y social, en una especie de traductor de situaciones que no se sabían tan cambiadas hasta que caen en el microscopio del “extranjero nativo”. Entre muchas observaciones, remarcaron el mal humor reinante en los cordobeses; la inseguridad que a ellos los hacían ver como ingenuos ante situaciones que a nosotros nos hacían parecer paranoicos cuando solo somos precavidos; el sufrir la transición de la “curiosidad” por el venido de afuera para saber como nos ven y cómo les fue, para luego no poder reinsertarlos laboralmente por el excluyente limite de edad para el ingreso laboral.
Ellos regresaron a las cálidas tierras adoptivas de mar y sol, llevando un anecdotario nacional de políticos corruptos, presidenta con botox discursivo, extrema pobreza camuflada con cifras estadísticas dibujadas y continuos paros institucionalizados o legalizados bajo el nombre de “asambleas” que paralizaron la actividad y la educación en la ciudad.
Aunque ahora vuelvan a ser etiquetados como extranjeros bajo rótulo de “el argentino”, seguramente se sentirán mejor sintiendo la nostalgia de su tierra querida y lejana desde afuera, pero sin sufrir la lejanía que muchas veces se vive fronteras adentro, donde no pesa tanto la comparación de culturas distintas como la idea de que nuestra tierra y nuestra gente perdió el esplendor, la fuerza y el espíritu que quedaron en la frontera del pasado, y no hay pasaporte que lleve hacia allá.

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