martes, 18 de agosto de 2009

Mi reino por una moneda


En EEUU realizaron un estudio científico por el cual se detectó que el 90% de los billetes en circulación tenían rastros de cocaína adheridos al papel, ya que la costumbre era la de enrollar el dinero para aspirar la droga. A partir de esta novedad me surgió el deseo de que en Argentina realicen una investigación que lleve como título ¿y donde están las monedas?, porque acá no habrán sustancias tóxicas encaneciendo el cabello de Belgrano o Sarmiento en los billetes nacionales, pero a más de un ciudadano le salen canas verdes mendigando una moneda por la ciudad. Si los bancos nunca disponen de ese vil metal, qué otras alternativas nos quedan para conseguirlo?: lanzarse a rastrear los frascos con los ahorros de la abuela o "asaltar" las alcancías infantiles, negociarlas en el mercado negro, intercambiarlas por un kilo de helado u otro artículo (como ofrecen en algunos comercios), corretear a los naranjitas que las llevan desbordándoles los bolsillos y a las que vigilan con tanto esmero como el que emplean para custodiar los coches estacionados en la vía publica. Qué misterio se esconde detrás de la desaparición de las monedas en una ciudad donde el transporte se paga con tarjetas o cospeles, donde los caramelos son el vuelto corriente si es que antes no te redondean para arriba la cifra a cobrar, y adonde existe una localidad del interior (Devoto) que implementó un bono o ticket en reemplazo de los añorados metales de valor. Tal vez esta faltante se explique por la devaluación que hace que ahora valga más el metal del que están hechas las monedas que el valor nominal que les da el Estado, ya que parece ser mejor negocio fundirlas para luego venderlas transformadas en lingotes de cobre y níquel. Entonces cómo hacer para dejar de transformar a los ciudadanos en desesperados Indianas Jones buscando el santo metal? Podríamos optar por fabricarlas con materiales duros reciclados o como hicieron en México empleando acero inoxidable; o implementar el rediseño del dinero haciendo que los centavos del vuelto sean una variante dentro del mismo “papel moneda”, entonces en vez de $2 se podrían optar por billetes de $2,25 $2,50 o $2,75, por ejemplo. De no buscar una solución, por más disparatada que parezca, de seguro aflorará la viveza criolla haciendo circular monedas de australes o de otros países que se asemejen en tamaño y color a las nuestras. Hoy poy hoy, el sólo hecho de hacer sentir el tintinear de unas monedas en un bolsillo o el escucharla rodar por el piso, podriá ser considerado un acto de provocación que despertaría nuestro lado más salvaje de apropiación. Esta es una cuestión de CARA o CRUZ: encontrar una solución que no resulte CARA y que no convierta este problema en una CRUZ.

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