lunes, 21 de diciembre de 2009

El coleccionista de casualidades

¿Quién no ha coleccionado en algún momento de su vida variedad de objetos (monedas, billetes, boletos, tarjetas telefónicas, figuritas, cartas y sobres con motivos varios, piedras, etc)?.

También hay quienes tienen como colecciones historias o anécdotas curiosas o misteriosas, que las comentamos en el momento que las pasamos y luego las perdemos en la caja del olvido.

Aquí va un cuento del blog de Don Boyero para que vean que detrás de las casualidades se esconden, como en el Teatro Negro de Praga, las causalidades:

"Esta semana he discutido mucho con mis amigos acerca de las casualidades. Para un grupo, son sólo eso, meras coincidencias. Para otros, entre los que me incluyo, existen casualidades que son inexplicables con los elementos de razonamiento disponibles al momento. Este segundo grupo espera que la ciencia logre algún día descifrar los mecanismos por los que se producen esos asombrosos encuentros fortuitos.

La discusión me hizo recordar uno de los mejores cuentos del genial escritor brasileño Julio César de Mello y Souza (Malba Tahan), titulado El coleccionista de casualidades. En Cruz del Eje, “casualmente”, había un ferroviario, don Aldo, que coleccionaba justo eso.

¿Es raro que alguien coleccione casualidades? Para nada. Hay muchos coleccionistas de cosas raras, mis amigos Adrián Simioni y Alejandro Rollán, por ejemplo, coleccionan datos de personas cuyos oficios u ocupaciones tienen todo que ver con sus apellidos, como mi otro amigo el periodista Juan Carlos Vaca, que se dedica a noticias agropecuarias.

Entre las mejores “figuritas” de la colección de Simioni figuran José Foco, electricista de autos; Daniel Cash, gerente del Banco Nación asesinado por la violencia política en los ’70, y un albañil de Río Primero que se llama Armando Paredes y trabajó en la casa de Lisandro Guzmán.

Miguel De Lorenzi, mi dibujante, en su colección de hallazgos urbanos, descubrió en Córdoba a un zapatero de apellido Zapatero y que, además, dice ser pariente del presidente español Rodríguez Zapatero. Y como si eso fuera poco, se le parece.
Mariano Cognigni, otro amigo, colecciona todo tipo de alimañas, como culebras, serpientes, arañas, alacranes, etcétera. Visitarlo en su casa no es para impresionables.
Mi amigo Elio Rossi, por su parte, de joven coleccionaba novias, una por día. No eran simples conquistas, a todas les juraba amor eterno. A juzgar por lo que le duraba ese sentimiento, para él la eternidad no superaba las 24 horas.

Pero volvamos a nuestro coleccionista de casualidades, que de eso hablamos. Cuando lo visité en Cruz del Eje para pedirle detalles de su singular colección, don Aldo me mostró una cajita de metal, similar a la que utilizaban las enfermeras para llevar jeringas, de la que extrajo cuatro boletos de tren. “Todos son del tramo Cruz del Eje y Capilla del Monte –dijo con entusiasmo–, y todos terminan en 126, pero esa no es la casualidad, ya que hay miles con esos números finales. Resulta que todos le tocaron a Silvio Sosa en cuatro visitas a su madre, justo el Día de la Madre, en cuatro años consecutivos”.

Tras demostrarle mi sorpresa, me dijo tener otra anotada en su cuaderno de tapas verdes, donde escribía los datos de aquellas coincidencias que venían sin pruebas materiales como esos boletos.

“Acá, al frente de la estación –me contó–, el 21 de marzo pasado, una moto Puma atropelló a un jubilado que cruzaba apurado y, tanto el motociclista como el peatón cumplían años el 21 de setiembre, exactamente seis meses después. Pero allí no termina la cosa, porque el agente de Policía que intervino también cumplía años el 21 de setiembre, mientras que el conductor de la ambulancia que se llevó al atropellado cumplía años el día del accidente, el 21 de marzo”.

Cuando le dije que me gustaban más las casualidades con pruebas, sacó de un cajón de su escritorio una caja de zapatos y me mostró tres añejos billetes de un peso de esos anaranjados que lo tenían a Belgrano en su frente y al Monumento a la Bandera en el dorso.

“¿No encuentra nada raro?”, me preguntó don Aldo.

Con el recuerdo fresco del número de los boletos, descubrí enseguida que los tres billetes terminaban en 611.

“Pero esa no es la casualidad –me detuvo don Aldo–, a estos tres billetes los conseguí un día que el boletero me llamó a los gritos para que viera con qué le estaba pagando un pasajero. No sólo estaban los tres billetes con la misma terminación, sino que esa era la terminación del número de documento del tipo y, lo mejor, era un 6 de noviembre.

Años más tarde, no sin tristeza, me enteré de la última casualidad que coleccionó don Aldo: su propia muerte. Lo atropelló una ambulancia frente a la estación. Ni el chofer de la ambulancia ni el agente de Policía ni el chofer de la empresa funeraria que se llevó su cuerpo cumplían años el mismo día que él, pero los tres se llamaban Aldo".

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