domingo, 26 de julio de 2009

Ingenuidades

Yo transitaba por la adolescencia cuando me enteré de que el famoso cerro Pan de Azúcar no era en verdad una gran montaña de azúcar. Me anoticié de esta, literalmente, amarga realidad, viendo a mis amigos morirse de risa por lo que les acababa de decir. Sin embargo, yo no les había mentido intencionalmente ¿De dónde obtuve ese dato? ¿Un error en el libro de geografía? ¿Alguien me había hecho una broma? Nada de eso, era totalmente verdad, pero una verdad que yo solo me había creado. Cuando oí tan extraño nombre por primera vez, no dudé de que aquel monte realmente estuviese hecho de azúcar, ¿por qué otro motivo podría llamarse así?

Con el correr de los años descubrí que otras personas también habían caído en este tipo de trampas a las que yo no sabía cómo definir. Estos autoengaños no son leyendas, ni bromas, ni bloopers, ni falacias, ni sofismas, ni silogismos, ni mitos urbanos; sin embargo llamarlas "Deducciones y Supuestos Propios Que Luego Resultan Ser Falsos" era demasiado largo e incómodo. Simplemente los apodé "ingenuidades".

A pesar de que el disco rígido de la memoria se me está oxidando, aún recuerdo mi pequeña recopilación; aprovecho esta ocasión para desempolvarla y sacarla a relucir por primera vez:

A los 6 años, uno de mis hijos daba por sobreentendido que en las elecciones los adultos deberíamos ir a votar, lógicamente, al "Botánico". También él dedujo que con seguridad existía vida en los otros planetas "si no, no sabríamos cómo se llaman", me explicó con simpleza. Con una lógica similar, hizo un descubrimiento empírico sobre un tema que lo tenía bastante afligido. Con entusiasmo les reveló a sus compañeros de guardería: "Los camellos existen, entonces los Reyes Magos sí existen". Mi otro hijo, ya más grande, estaba seguro de que Moisés había abierto las aguas para que el pueblo hebreo pudiera cruzar por el estrecho de Bering. Ambos entendían que cuando los adultos recibimos un billete y lo miramos a trasluz, era para leer si dice "Verdadero" o "Falso".

Con idéntica inocencia, según me contaron hace poco, una niña llamada Mónica suponía que a la leche la daban las vacas blancas, las negras daban café y las marrones, café con leche.

Hasta los 16 años de edad una compañera estuvo convencida que "tener sexo oral" no era ni más ni menos que "hablar con alguien sobre temas relacionados con el sexo". Una mujer, ya mayor, creyó toda su vida que los llamados "bebés de probeta" realmente crecían durante nueve meses en tubos de ensayo y frascos de laboratorio.

Hasta los 12 años, una escritora conocida estuvo convencida de que La marcha de la Bandera, era La marcha de Lavandera y varios de mis compañeros del secundario sostenían que la patriótica Marcha de San Lorenzo, que tan a menudo entonábamos en la formación, comenzaba con una palabra cuyo significado desconocían: "Febuasoma".

Ya no tan niño, el hermano de un escritor amigo ni dudaba de que lo único que se podía consumir en una confitería era ¡por supuesto! "confites".

Algunas ingenuidades han llegado hasta mis oídos gracias a los medios de difusión; al movilero de una radio cordobesa le preguntaron de qué material estaba hecha la escultura que acababa de describir a la audiencia: "Y bueno –respondió con bastante fastidio ante la obviedad de la pregunta–, tal como dije recién, la autora es una reconocida artista plástica, y como tal, trabaja con material plástico".

No hace mucho comprendí que esta modesta recopilación me había transformado en algo parecido a un coleccionista ¡justo yo! que nunca entendí a los coleccionistas y su pulsión insaciable por tener al mundo todo muestreado y catalogado, encasillado y clasificado, ordenado y referenciado ¡justo yo! que considero a este hobby un esfuerzo tan interminable como vano.
Mariano Cognigni

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