lunes, 12 de octubre de 2009

Preguntontas


A veces soy de hacer “preguntontas” y de reírme de las obviedades o pavadas que se me ocurren querer saber sobre distintos temas durante las conversación diarias.

Creo que el mejor ejemplo de esto se da cuando veo un partido de futbol y además de mi desconocimiento técnico sobre el futbol en si, surgen preguntas que a ninguna otra mente pareció cruzársele antes (o por lo menos reconocer que así fuera) por ejemplo: “¿Como hacen para pintar esos escudos de los equipos de futbol sobre el césped?”, a lo que el sabiondo grupo masculino explica, con tono de resignación (de seguro mientras piensan “yyy, es mujer”), que todo la gráfica no esta pintada sobre la cancha sino que se ve solo en la televisión porque es un efecto computarizado; y sorprendida digo: “Ahhh, mira vos”, luego otra voz femenina acota: “se veían mejor los jugadores en pantaloncitos cortos (como en el mundial del 78) que con estos mas largos, que encima parecen mas incómodos para jugar”, y en ese momento ya el plantel de espectadores masculinos empieza a blanquear los ojos con miradas cómplices entre ellos.

Pero para no inhibirnos en practicar el particular arte de querer aprender, saber o curiosear, empleando preguntas ingenuas o no muy sesudas, aquí va un extracto del libro “El espíritu creativo” de Daniel Goleman, que justifica y fundamenta el uso de esas dudas “desubicadas” que nos hacen sentir incómodas en vez de demostrar que estamos desburrándonos:

“Einstein preguntó que tal seria viajar en un rayo de luz. Muchos niños hacen ese tipo de preguntas, pero pocos adultos se atreven. Picasso preguntó ¿Qué podemos hacer si tomamos un objeto y lo fragmentamos en muchas partes diferentes?, Freud se hacía preguntas básicas sobre los sueños. Yo creo que toda persona extrae la creatividad de la capacidad de ser como un niño. Algunas de las preguntas más incisivas son aquellas que suelen llamarse “preguntas tontas”. El inventor Paul MacCready nos recuerda La única pregunta tonta es la pregunta que no haces

Así que si un genio de nuestra infancia preguntó "¿Qué gusto tiene la sal?", y aún hoy todos siguen respondiendo al unísono, sin menear la cabeza cuestionando la calidad de la pregunta, es porque nadie tiene el derecho de sacar tarjeta amarilla o roja ante quienes aún mantenemos el espíritu sediento de la curiosidad de nuestro niño interior.

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